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SEXTO DÍA | La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
El alma a la Virgen:
Soberana celestial, veo que me tiendes los brazos para ponerme sobre tus rodillas maternas, y yo corro, casi vuelo para gozarme los castos abrazos, las celestes sonrisas de mi Mamá celestial. Mamá santa, tu aspecto hoy es de triunfadora, y en aire de triunfo quieres narrarme el triunfo de tu prueba. ¡Ah! sí, de buena gana te escucharé, y te ruego que me des la gracia de saber triunfar en las pruebas que el Señor disponga de mí.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija queridísima, ¡oh, cómo suspiro por confiar mis secretos a mi hija! Secretos que me darán tanta gloria y que glorificarán aquel Fiat Divino que fue causa primaria de mi Inmaculada Concepción, de mi santidad, soberanía y maternidad, todo le debo al Fiat Divino, Yo no conozco otra cosa, todas mis sublimes prerrogativas por las que la Santa Iglesia tanto me honra, no son otra cosa que los efectos de aquella Divina Voluntad que me dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se conozca quién era Aquella que producía en Mí tantos privilegios y efectos admirables que dejaron estupefactos Cielo y tierra.
Ahora escúchame hija querida, en cuanto el Ser Supremo me pidió mi querer humano, y habiendo comprendido el grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, y cómo ella pone en peligro todo, incluso las obras más bellas de su Creador; cómo la criatura con su querer humano, toda es oscilaciones, es débil, inconstante, desordenada, y esto porque Dios al crearla la había creado unida, como en naturaleza, con su Voluntad Divina, de modo que Ella debía ser la fuerza, el movimiento primario, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad humana, así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra, se rechazan los bienes recibidos de Dios en la Creación y los derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fuimos creados; ¡oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se hace a Dios y los males que llueven sobre la criatura! Así que tuve horror y miedo de hacer mi voluntad, y justamente temía, porque también Adán fue creado por Dios, inocente, y con hacer su voluntad, ¿en cuántos males no se arrojó él y a todas las generaciones?
Por eso tu Mamá presa de terror, y más por el amor hacia mi Creador, juré no hacer jamás mi voluntad, y para estar más segura y testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que tantos mares me había dado de gracias y privilegios, tomé esta mi voluntad humana y la até a los pies del trono divino en homenaje continuo de amor y de sacrificio, jurando no servirme jamás, aun por un solo instante de mi vida, de mi voluntad, sino siempre de la de Dios.
Hija mía, tal vez a ti no te parezca grande mi sacrificio d
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