"Esto no ha acabado" O al menos así lo piensa el criminólogo y experto en terrorismo yihadista además de presidente de CISEG -Comunidad de Inteligencia y Seguridad Global- David Garriga. A pesar de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha anunciado la derrota del Estado Islámico (EI), el terrorismo yihadista simplemente ha cambiado de estrategia. La radicalización y el adoctrinamiento ya no se llevan a cabo en las mezquitas, sino en casas particulares y en las cárceles.

Según los expertos se necesitan políticos valientes que tengan claro que no todo está permitido, la concienciación de la sociedad sobre la importancia de los actores sociales como cortafuegos frente al radicalismo a niveles bajos de radicalización y también más inversión en prevención a estos niveles, bajos, y en una desradicalización efectiva.
Hoy por hoy la desradicalización -que es la base de la eliminación del terrorismo yihadista- es una quimera. A pesar de las medidas tomadas en las cárceles españolas, éstas son un importante foco de radicalización y el colectivo cada vez más numeroso de los MENA, Menores Extranjeros No Acompañados, el terreno más fértil para el adoctrinamiento. Muchos de ellos toman contacto con captadores entrando en un proceso tras el que, cuando cumplen la mayoría de edad y comienzan a entrar en la cárcel por delinquir, salen absolutamente radicalizados.

Según David Garriga no hay lugar para el "buenismo" en el tratamiento del terrorismo yihadista, porque ni ISIS ha sido derrotado ni Al Qaeda tampoco.

Sus "lobos solitarios" y "células durmientes" se replican por todo Occidente y su objetivo es reorganizarse. Hasta tal punto, que incluso se tiene conocimiento de que el hijo de Osama bin Laden, Hamza bin Laden, por el que Estados Unidos ya ofrece una recompensa de un millón de dólares, podría ocupar próximamente el puesto que ostentaba su padre a la cabeza de la organización terrorista Al Qaeda. Evidentemente, necesitará perpetrar un golpe de efecto importante para consolidar su liderazgo.

Por otra parte, confinados en campamentos kurdos, más de 60.000 hombres, mujeres e hijos de combatientes del último bastión de ISIS esperan regresar a sus países de origen. Son menores criados en un entorno de normalización de la extrema violencia y el odio visceral, que viven bajo la tutela de mujeres radicalizadas que dicen se han arrepentido; pero los expertos desconfían.

En España, el gobierno intenta saber qué hacer con Yolanda Martínez, una madrileña del barrio de Salamanca educada en el Colegio del Pilar y universitaria radicalizada por su pareja; Luna Fernández, que se convirtió al islam mientras vivía tutelada por la comunidad de Madrid y Lubna Miladi, una profesora ceutí que terminó en Siria. Las
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