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Carta del 1 de agosto de 1835
Gilleleje, Dinamarca
Lo que importa es encontrar una verdad que sea la verdad para mí, ** encontrar esa idea por la cual querer vivir y morir. ¿De qué me serviría entonces encontrar la así llamada verdad objetiva, esforzarme con los sistemas de los filósofos y poder, cuando se me exigiera, pasar revista de ellos, mostrar las inconsecuencias de cada cuestión particular? ¿De qué serviría además que desarrollara una teoría del Estado y combinara en una totalidad las particularidades tomadas de múltiples lugares, que construyera un mundo en el que jamás viviría, sino que sólo expondría a los ojos de los demás? ¿De qué me serviría ser capaz de desarrollar el significado del cristianismo, ser capaz de aclarar muchos fenómenos particulares, si ellos no tuviesen para mí mismo y mi vida un sentido más profundo? Y cuanto más lo lograra y más viera que los otros se apropian de los frutos de mi pensamiento, tanto más penosa resultaría mi situación, como la de esos padres que por indigencia tienen que abandonar a sus hijos al mundo y confiarlos al cuidado de los otros ¿De qué me serviría que la verdad estuviera delante de mí, fría y desnuda, indiferente a ser reconocida o no, produciéndome un angustioso estremecimiento antes que una confiada devoción? Por cierto, no negaré que yo presupongo un imperativo del conocimiento, a través del cual es posible actuar sobre los hombres, pero para eso es necesario asumirlo vitalmente, y esto es lo que considero esencial.
Mi alma tiene sed de esto, como los desiertos africanos tienen sed de agua. Eso es lo que necesito, y por esta razón me parezco a ese hombre que juntó los muebles y alquiló una vivienda, pero todavía no encontró a la amada con la cual compartir la prosperidad y la adversidad de la vida. Para encontrar esa idea, o, mejor dicho, para encontrarme a mí mismo, no me sirve avanzar más y más en el mundo. Eso fue lo que hice antes, cuando creí que era una buena idea dedicarme a la jurisprudencia, porque allí podría desarrollar mi ingenio con las múltiples complicaciones de la vida. Ella me ofrecía una gran cantidad de particularidades en las cuales perderme y allí era posible elaborar una totalidad a partir de los hechos dados, un organismo de la vida de los ladrones, siguiendo el rastro de todos sus lados oscuros (también en eso hay cierto espíritu de asociación que vale la pena señalar). Eso fue lo que hice cuando quise ser actor, porque poniéndome en el rol de otro lograba, por así decir, un sucedáneo de mi propia vida y cambiando exteriormente obtenía cierta distracción. Pero lo que necesitaba era llevar una vida plenamente humana y no sólo una vida de conocimiento, basar el desarrollo de mi pensamiento sobre algo –sí, sobre algo que se llama objetivo– algo que de ningún modo es mi propiedad, sino que está ligado a la raíz más profunda de mi existencia, por la cual crezco, para decirlo así, en el interior de la divinidad, unido a ella aun si el mundo entero se derrumbara. Mira, eso es lo que me falta y a lo que aspiro.
Por eso contemplo con alegría y fortaleza interior a los grandes hombres que han encontrado aquella piedra preciosa por la que dieron todo, hasta la vida. Los veo intervenir en la vida con fuerza, con paso seguro, avanzar por la senda que les fue designada sin tambalear. También los descubro al borde del camino, concentrados en sí mismos y trabajando por su objetivo más alto. Con veneración veo incluso los desvíos más próximos.
Lo que importa es la acción interior del hombre, el lado divino del hombre y no la cantidad de sus conocimientos, que sin duda serán alcanzados, pero no como agregados casuales o como una serie de particularidades puestas una al lado de la otra, sin un sistema, sin un punto focal en el cual se unan todos los radios.
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