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28 May 2021 19:28:38 UTC
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LOS-MISTERIOS-DE-LA-ESFINGE-Y-LA-PIRÁMIDE-(Misterios-del-Pasado)---documental
Todo en la Esfinge de Guiza irradia misterio. Su origen, los motivos de su construcción, su función e incluso su nombre. La voz «esfinge» procede del griego «sfigx», que significa estrangulador y se emplea para designar a un demonio de destrucción y mala suerte que la cultura helena representa como una criatura con cuerpo de león y alas de ave. La esfinge griega era la guardiana de la ciudad de Tebas, que solo dejaba pasar a los viajeros que acertaran a responder al enigma: «¿Qué criatura de una sola voz camina con cuatro piernas por la mañana, con dos al mediodía y con tres al anochecer, y es más débil cuantas más piernas tiene?». En caso de errar, la esfinge estrangulaba al viajero y se lo comía. No obstante, pese a la notoriedad de la versión helena, la figura de Guiza es muy anterior a estas creencias griegas y, más bien, es la que inspiró al resto de esfinges.
¿La cara del faraón Kefrén?
La Esfinge de Guiza se ubica cerca del Río Nilo, a pocos kilómetros de la que hoy es la capital egipcia, El Cairo. Su construcción se ha emplazado tradicionalmente bajo el periodo del faraón Kefrén (aproximadamente hace 4.500 años) quien habría colocado un centinela de caliza frente a su famosa pirámide en el valle de Jafra. Los arqueólogos, sin embargo, no han sido capaces de concluir quién fue exactamente su patrocinador y cómo fue su proceso de construcción. Su vinculación con Kefrén está basada en las similitudes de estilos arquitectónicos, pero no cuenta con respaldo documental de ningún tipo.
Su construcción no se menciona en los textos del Reino Antiguo y su existencia es omitida por el historiador griego Herodoto, que sí describe con detalle las características de las pirámides de Guiza, lo cual ha llevado a pensar que durante largos periodos de tiempo la Esfinge permaneció enterrada por completo en la arena. En tiempos del romano Plinio «El viejo» volvió a ser visible y éste recogió en sus textos que allí permanecía enterrado el Rey Harmais (u Horemheb). Se equivocaba. El autor romano, además, anota otra falsa creencia de la población local: el que la Esfinge había sido tallada y transportada luego hasta la meseta. La cercanía de una cantera con el mismo material empleado en su construcción descarta esta teoría.
La estructura, de una altura de 20 metros, está formada por una cabeza humana mirando hacia el Este (por donde sale el sol por la mañana), vestida con el «nemes» (una prenda a rayas blancas y azules), y por un cuerpo de león tumbado. La cara exhibe restos de pintura roja y se muestran ciertos vestigios de rojo y negro por la zona del cuerpo. Esta cara humana sería la del faraón Kefrén o tal vez la de su padre, Khufu (Keops), según las escasas menciones que se han podido encontrar. En la Estela del Sueño, una piedra tallada un milenio después por el faraón Tutmoses IV, aparece el único testimonio directo de que fue Kefrén el creador de la Esfinge. Si bien aquellas partes del texto también se perdieron durante una excavación en 1925.
La expedición científica de Napoleón
En medio de todas estas especulaciones emergió la creencia popular de que fueron las tropas napoleónicas las que, usando la Esfinge como blanco en sus prácticas de artillería, dejaron sin nariz a la escultura. La teoría, no obstante, choca con el espíritu de una expedición, entre lo militar y lo científico, que sirvió a Europa para redescubrir la civilización egipcia. Con el objetivo de liberar Egipto de las manos turcas, el prometedor general Bonaparte, victorioso en Italia, desembarcó en el país del Nilo durante el verano de 1798 con más de treinta mil soldados franceses poniéndose por objetivo avanzar en dirección a Siria.
Un grupo de investigadores de distintas disciplinas (matemáticos, físicos, químicos, biólogos, ingenieros, arqueólogos, geógrafos, historiadores...), más de un centenar, acompañó a Napoleón para estudiar al detalle aquel país de las pirámides maravillosas y los dioses milenarios. Entre ellos figuraban los matemáticos Gaspard Monge, fundador de la Escuela Politécnica; el físico Étienne-Louis Malus; y el químico Claude Louis Berthollet, inventor de la lejía. Es decir, algunos de los científicos más brillantes de su generación acudieron a la llamada del general, de 28 años, sin conocer siquiera el destino del viaje hasta que navegaron más allá de Malta: «No puedo decirles adónde vamos, pero sí que es un lugar para conquistar gloria y saber».
Allí, Napoleón halló a una Esfinge ya sin nariz y sepultada en la arena; se internó en la Gran Pirámide en un extraño viaje espiritual; y sus hombres encontraron la llave para conectar Occidente con Egipto. Mientras un soldado cavaba una trinchera en torno a la fortaleza medieval de Rachid (un enclave portuario egipcio en el mar Mediterráneo), halló por casualidad la conocida como la piedra Rosetta, la cual sirvió para descifrar al fin los ininteligibles jeroglíficos egipcios. Se trataba de una sentencia del rey Ptolomeo, fechada en 196 a. C, escrita en tres versiones.
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