El autobús camina rumbo de Pamplona, en una tarde lluviosa, diría que melancólica... Mientras pasan líneas acompasadas delante de mis ojos, vienen imágenes de movimiento, vitalidad; así es Jamaa el Fna. A la noche, parece tener un segundo despertar: gentío, fuego de artificio, función teatral: curanderos con elixires, mientras caras atónitas parecen haber encontrado cura a sus problemas; soluciones afrodisiacas, mientras un público masculino sonríe a la labia del charlatán, de aplomo, seguro, sabiéndose haber ganado la audiencia de esta noche. Corrillos que mantienen el ritmo de la música bereber, mientras el maestro de ceremonias, que no es otro que un señor trajeado, baila encendido; el del instrumento de cuerda, gira sobre si mismo con un gallo en la cabeza, no se toma en serio ni así mismo. El silbido de la flauta del encantador de serpientes, otro con un mono; la mujer con sus cartas, a la que solo ves unos ojos cansados por la edad. Humo de braseros en puestos de comida, puestos de zumos, tiendas. Gritos, ruido, luces, muchas luces. Pasado y presente, esto puede ser..., jeans y burkas, coches y mulas, el bereber que ha bajado de las montañas y el turista con su cámara... Imágenes que serán recuerdos, y que pasan como flashes, de un viaje, cual destellos de luz sobre una carretera mojada. El autobús sigue su camino.
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La humedad condensaba en su mejilla, si no era escupida. Niebla. A la que avanzaba al trote, se preguntaba por esa satisfacción: cuando el andar se hace crujido ligero sobre una alfombra otoñal.
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Siempre me han atraído los mercados. Girar la mirada a cada esquina, y el pensar: qué me encontraré. Tiene su aquel explorador esto. A la vez, puedes llegar a perderte (muy recomendable también) y es una aventura encontrarte. Estos son los zocos bereber de #Taroudant. No podían ser diferentes.