la-reina-del-cielo-en-el-reino-de-la-6
Hija queridísima, ¡oh, cómo suspiro por confiar mis secretos a mi hija! Secretos que me darán tanta gloria y que glorificarán aquel Fiat Divino que fue causa primaria de mi Inmaculada Concepción, de mi santidad, soberanía y maternidad, todo le debo al Fiat Divino, Yo no conozco otra cosa, todas mis sublimes prerrogativas por las que la Santa Iglesia tanto me honra, no son otra cosa que los efectos de aquella Divina Voluntad que me dominaba, reinaba y vivía en Mí. Por eso suspiro tanto que se conozca quién era Aquella que producía en Mí tantos privilegios y efectos admirables que dejaron estupefactos Cielo y tierra.
Ahora escúchame hija querida, en cuanto el Ser Supremo me pidió mi querer humano, y habiendo comprendido el grave mal que puede hacer la voluntad humana en la criatura, y cómo ella pone en peligro todo, incluso las obras más bellas de su Creador; cómo la criatura con su querer humano, toda es oscilaciones, es débil, inconstante, desordenada, y esto porque Dios al crearla la había creado unida, como en naturaleza, con su Voluntad Divina, de modo que Ella debía ser la fuerza, el movimiento primario, el sostén, el alimento, la vida de la voluntad humana, así que con no dar vida a la Voluntad Divina en la nuestra, se rechazan los bienes recibidos de Dios en la Creación y los derechos recibidos en naturaleza en el acto en que fuimos creados; ¡oh, cómo comprendí bien la grave ofensa que se hace a Dios y los males que llueven sobre la criatura! Así que tuve horror y miedo de hacer mi voluntad, y justamente temía, porque también Adán fue creado por Dios, inocente, y con hacer su voluntad, ¿en cuántos males no se arrojó él y a todas las generaciones?
Por eso tu Mamá presa de terror, y más por el amor hacia mi Creador, juré no hacer jamás mi voluntad, y para estar más segura y testificar mayormente mi sacrificio a Aquél que tantos mares me había dado de gracias y privilegios, tomé esta mi voluntad humana y la até a los pies del trono divino en homenaje continuo de amor y de sacrificio, jurando no servirme jamás, aun por un solo instante de mi vida, de mi voluntad, sino siempre de la de Dios.
Hija mía, tal vez a ti no te parezca grande mi sacrificio de vivir sin mi voluntad, pero Yo te digo que no hay sacrificio semejante al mío, más bien, todos los otros sacrificios de toda la historia del mundo se pueden llamar sombras comparados al mío; sacrificarse un día, ahora sí y ahora no, es fácil, pero sacrificarse en cada instante, en cada acto, en el mismo bien que se quiere hacer, por toda la vida, sin jamás dar vida a la propia voluntad, es el sacrificio de los sacrificios y el testimonio más grande que puede ofrecerse, y el amor más puro, cribado por la misma Voluntad Divina, que puede ofrecerse
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