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Los fanáticos de Petro aseguran que él es un visionario, que está dedicado a los asuntos importantes del mundo y, de paso, aplauden el hecho de que no se dé por enterado de lo que pasa en Colombia.
Cada día, la desconexión de Gustavo Petro con la realidad colombiana es más evidente y profunda. A él solo le importa lo que pasa con los palestinos, la crisis climática —a la que culpa de todos los males en la tierra—, darse como ganador en la paliza electoral recibida el fin de semana pasado y pelear con la prensa.
El perfil de Petro en Twitter es claro: es un influencer. Así se ve, así se siente y así actúa. Gustavo Petro es tan torpe en el manejo de la comunicación, que no se ha dado cuenta que con sus tuits ha diluido al enemigo único que tanto necesitan los politicastros comunistas para atornillarse en el poder.
Para el presidente, los enemigos son muchos y muy disímiles. Además del uribismo —lo que sea que entiendan por uribismo las huestes petristas—, al parecer todo es culpa de la prensa que le tiene ojeriza y, según la particular, sesgada y estúpida visión presidencial, lo quiere tumbar al costo que sea.
Sin embargo, Petro también ha puesto como enemigo al cambio climático y a los combustibles fósiles y los culpa de las migraciones que se han registrado en los últimos tiempos. La realidad es que, por ejemplo en el caso de América, las migraciones han sido ocasionadas por los gobiernos ineptos y asesinos de Venezuela, Cuba y Haití.
Tratar de culpar al clima por los desaciertos de los socialistas del siglo XXI es, simplemente, esforzarse por eximir de responsabilidades al modelo nefasto, criminal y genocida que es el comunismo, el que sigue dogmáticamente el presidente colombiano.
De otro lado, mientras el país está regresando a las épocas oscuras de la zona de despeje, con la tenebrosa industria del secuestro en auge, a Petro, el influencer, solo le interesa el secuestro del papá de Luis Díaz.
Es evidente que al presidente le importa este secuestro en particular porque Díaz es una figura pública, con amplio reconocimiento nacional e internacional. Si fuera cualquier otro ciudadano, no se vería un solo pronunciamiento presidencial sobre el tema. Basta con revisar la línea de tiempo del Twitter de Petro para darse cuenta de que los otros secuestrados le importan un comino.
En el caso de Luis Manuel Díaz, el interés de Petro y del Gobierno es, sobre todo, lavarle la cara al grupo narcoterrorista del ELN. Más allá de que este secuestro demuestra que el Ejército de Liberación Nacional es un negocio de franquicias, en el que cada estructura hace de las suyas sin obedecer a un mando central, es evidente que esa narcoguerrilla está desesperada por financiar su guerra no solo traficando con drogas sino también, tratando a los seres humanos como mercancía.
La realidad colombiana, hoy por hoy, es que el secuestro, uno de los crímenes más atroces, aumentó durante el último año un 92 % según el propio Ministerio de Defensa.
De hecho, el ELN, esa agrupación terrorista que el gobierno quiere hacer pasar como hermanitas de la caridad, ha secuestrado a 32 ciudadanos este año y en este momento mantiene a cuatro en cautiverio, cinco con Luis Manuel Díaz.
Las cifras son aterradoras: entre enero y septiembre de 2023 se han denunciado 241 secuestros, mientras que en 2022, en el mismo periodo de tiempo, se reportaron 142 casos. Esto significa que Colombia ha retrocedido a los tiempos en los que se presentaba un secuestro diario en algún lugar del país.
Lo único que despierta el interés de las hordas petristas es tratar de inflar, de manera artificial y artificiosa, por supuesto, a Gustavo Petro como líder en la geopolítica mundial… ¡La casa, que se incendie!
Mientras Gustavo Petro se asemeja más a un influencer viajero que a un presidente, Colombia sigue desmoronándose. La crisis es de tal dimensión que, por ejemplo, la venta de viviendas ha caído un 49,8%. Tal y como pasó en Venezuela cuando Chávez se atornilló como dictador bananero, el precio real de las viviendas nuevas y usadas ha caído un 6,7 %, una baja mucho más pronunciada que la registrada durante la pandemia.
Esto no obedece a la crisis climática, ni a lo que ocurre en Gaza: la baja en el mercado inmobiliario se debe a la percepción ciudadana de que todo va mal, que hay que huir y que invertir en una Colombia liderada por un tipo como Gustavo Petro, sería una decisión torpe e inconveniente.
El dogmatismo ideológico del presidente y de su círculo de esbirros, es motivo suficiente para que los inversionistas, y su dinero, huyan despavoridos o guarden lo que queda debajo del colchón, a la espera de que las ocurrencias de Petro no terminen por devaluar el peso hasta homologarlo con el Bolívar chavista.
El panorama es nefasto. El país se desmorona y solo queda la esperanza de recoger los pocos pedazos que queden y reconstruir a Colombia en 2026.
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