VIGÉSIMO TERCER DÍA | La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad
Suena la primera hora del dolor. Una estrella con su muda voz llama a los Magos a adorar a Jesús. Un Profeta se hace revelador de los dolores de la Reina Soberana.
El alma a su Reina Madre
Dulcísima Madre mía, aquí estoy sobre tu regazo materno; esta hija tuya ya no puede estar sin ti; Madre mía, el dulce encanto del niño celestial que ahora estrechas entre tus brazos y que de rodillas adoras y amas en el pesebre, me extasía, pensando que la dichosa suerte y el mismo pequeño Rey Jesús no son más que frutos y dulces y preciosas prendas del Fiat Divino que extendió en ti su Reino. ¡Oh, Madre, dame tu palabra de que harás uso de tu potencia para formar en mí el Reino de la Divina Voluntad!
Lección de mi Madre Celestial
Querida hija mía, que contenta estoy de tenerte cerca de mí para poder enseñarte cómo en todas las cosas se puede extender el Reino de la Divina Voluntad. Todas las cruces, los dolores y las humillaciones revestidas por la vida del Fiat Divino son como materia prima en sus manos con la cual se puede alimentar su Reino y extenderlo siempre más.
Por eso, préstame atención y escucha a tu Madre. Yo seguía viviendo en la gruta de Belén con Jesús y el querido San José. ¡Qué felices éramos! Aquella gruta; estando en ella el infante divino y la Divina Voluntad operante en nosotros; se había transformado en un paraíso.
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