Dado que no se premia el conocimiento, la capacidad o la decencia, sino el amiguismo y la militancia, los puestos de gestión van siendo ocupados por un círculo doblemente vicioso, o sea, un círculo vicioso de viciosos. Este prodigio de la desvergüenza tiene una cobertura tan endeble que El Dipy, sencillamente preguntando a los que se llenan la boca hablando de los pobres, ¿por qué no se bajaban el sueldo?, la hizo trizas.
El problema surge cuando el prejuicio kirchnerista respecto de cuál es su sustento en términos de clase social choca con la realidad y su relato se ve arrasado dejando ver los espurios intereses políticos respaldados por militantes fieles hasta la irracionalidad. La “clase”, en términos marxistas de la pertenencia por ingresos, es un término anacrónico. Un camionero, un burócrata de AFIP o un artista militante pertenecen a un segmento social alto en relación a un médico o un ingeniero en términos de ingresos, aun cuando los estudios de los últimos hayan debido ser más exhaustivos y sus responsabilidades mucho mayores. La diferencia es el conchabo y la depredación del sector público en detrimento del privado, mal que le pese al clasismo trasnochado.
En general se entretiene al ciudadano con el discurso de la corrupción, pero nada se dice de su inevitabilidad frente al conglomerado elefantiásico de empleos y presupuestos. Desde el momento en el que millones de funcionarios y políticos gestionan cifras suculentas en políticas que los ciudadanos creen haber demandado, ya nadie se preocupa por el despilfarro de una plata que no es de nadie. Los grandes medios son receptores de holgadas cuotas de esos vericuetos presupuestarios y por eso abrevan a la idea de que la sociedad sea gobernada por los funcionarios y políticos con salarios varias veces mayores que los de la gente de a pie, porque ellos son sus socios imprescindibles. Instan a sus espectadores a aceptar acríticamente el discurso oficial y, en consecuencia, abandonar sus criterios como individuos pensantes y a desdeñar sus visiones personales, y a todo eso (a todo el canon de lo políticamente correcto) El Dipy le dijo: NO. En cámara.
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