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Existe una conexión constante entre cerebro y músculo: entre lo que pienso y lo que hago. Es imposible decir que un acto es puramente “mental” o puramente “físico”.
En la Técnica Alexander, hablar de “dirigir” o “darse direcciones” es hablar de pensar. Pero eso no significa una actividad intelectual aislada. Aprender a dirigir no es “entrenar la mente” o “entrenar el cuerpo”. Es más bien establecer, cultivar y refinar las conexiones entre lo que pensamos y lo que hacemos.
Aprender a dirigir nos permite cambiar a voluntad el equilibrio que hay entre inhibición y excitación, aumentando con ello nuestra propia conciencia y mejorando nuestro uso. La causa más común de mal uso y funcionamiento pobre es la falta de direcciones inhibitorias. Las órdenes de no-hacer y de dejar de hacer deberían normalmente tener prioridad sobre las direcciones de hacer.
Llamemos a un patrón total de mal uso “echar abajo” y a un patrón total de buen uso “pensar arriba”. Si logro inhibir mi “echar abajo”, soy capaz de inhibir el miedo a caerme cuando me voy a sentar en una silla. En efecto, este miedo no es más que una manifestación de ese “echar abajo”.
Poniendo un ejemplo dentro de una actividad un poco más compleja que sentarse en una silla como puede ser tocar un instrumento musical o cantar, ese “echar abajo” está relacionado con una gran cantidad de miedos que los músicos tenemos cuando estamos realizando nuestro trabajo (miedo a equivocarse, a no llegar “bien a la nota”, a tocar “feo”, etc.). Al inhibir esa reacción de “echar abajo”, puedo observar esos miedos y decidir no caer en frustraciones que los alimentan. Quizá si “pienso arriba” logre no equivocarme, quizá no lo logre… la realidad es que la dirección consciente no asegura la iluminación pero asegura la posibilidad de atravesar nuestros miedos de una manera más comprensiva y sana.
¿Cómo se enseñan esas llamadas direcciones? En una clase de Técnica Alexander, el profesor le pide a su alumno que piense arriba a lo largo de su columna vertebral (esta petición tiene una infinidad de variantes, según la investigación de cada profesor). Después, colocando sus manos en el cuerpo del alumno, el profesor indicará a qué se refiere con ese “arriba”. Lo que resulta de la clase es una experiencia total que implica no sólo a la columna sino a la cabeza, cuello, espalda, piernas y el cuerpo entero y que tiene resonancias inmediatas psicológicas y emocionales.
Pensar arriba no significa alargar activamente la columna. Más bien significa dejar de contraerla y permitirle volver a su longitud óptima. Las manos del profesor ayudan al alumno a entender cómo es permitir alargar
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